jueves, 8 de enero de 2009

Carta de FJ Álvarez a La Blogmática sobre Gaza (Parte I)

ATAQUE A GAZA

En el análisis del “actual conflicto” quiero dejar fuera del debate, por más que contribuiría a explicar distintos extremos del mismo, sus orígenes y su desarrollo, hechos como los siguientes:
1) que fue a los árabes a quienes expulsaron de sus territorios en 1948; 2) que fueron los palestinos los despojados, nuevamente, en la “guerra de los seis días”; 3) que son los “refugiados” palestinos los condenados a no volver nunca a sus territorios –lo que, por parte de Israel y con el apoyo de EEUU, se significa una y otra vez en las conversaciones internacionales sobre la materia; 4) que es el Estado Judío el que viene incumpliendo sistemáticamente las resoluciones de Naciones Unidas –la primera la de volver a las fronteras de 1967, lo que solucionaría el actual conflicto; 5) que el Estado de Israel está absolutamente alejado de lo que se podría considerar un Estado democrático, en tanto en él no se respetan los derechos humanos más elementales –naturalmente me refiero a los derechos humanos de los “terceros” que se encuentran en su territorio-, y se estará de acuerdo en que sin respeto a los derechos humanos no es posible hablar de “Estado Democrático”; 6) que el Estado de Israel ha practicado el genocidio –creo que la mera mención de las palabras “Sabra” y “Chatilla” son suficientes como argumento a este respecto- y el crimen de guerra –ataques sistemáticos a hospitales, ambulancias, etc.- con los palestinos; 7) que el pueblo israelita, o que la mayoría del pueblo israelita, en un determinado momento histórico se ha mostrado como un pueblo absolutamente inmoral. Digo esto porque no hay que olvidar que se trata de un pueblo que votó a un genocida, Ariel Sharon, como Primer Ministro; en efecto, el general había sido reconocido, incluso por el propio Parlamento judío, como “responsable moral” de lo ocurrido en Sabra y Chatilla, por haber “dejado pasar” (él que era el Ministro de Defensa judío y controlaba absolutamente a sus fuerzas sobre un terreno que se hallaba completamente bajo su control) y “dado cobertura” a las milicias falangistas que perpetraron materialmente la matanza en los campos de refugiados del Líbano, lo que le valió la persecución internacional instada desde los tribunales belgas[1]; y en este tema, entiendo, los penalistas debemos ser especialmente sensibles y “combativos”, ya que hemos participado en la polémica, o al menos la hemos “soportado”, sobre la responsabilidad del pueblo alemán –y de los penalistas teutones en particular, y en este punto basta citar la obra de un autor como Francisco Muñoz Conde- en el ascenso del nacionalsocialismo, y se nos ha “mareado” en nuestras lecturas con la disculpa de “yo no sabía qué estaba pasando”, “sólo me enteré cuando la represión cayó sobre mi” –Klemperer, por ejemplo, en un delicioso libro titulado, si no recuerdo mal, “LTI, la lengua del Tercer Reich”, donde realiza un acercamiento filológico al nacionalsocialismo-, “si yo hubiera conocido la existencia de los campos de concentración, entonces yo hubiera hecho…”; y lo cierto es que cuando Hitler se convirtió en Dictador –cuando hizo votar a los parlamentarios alemanes la Ley de Plenos Poderes ante la tumba de Federico el Grande- el pueblo alemán todavía “no sabía”, “no conocía”. Pero cuando el pueblo israelita votó a Sharon conocía, sabía perfectamente y con todo lujo de detalles, que este militar tenía las manos manchadas de sangre[2] –de la misma forma que los autores de la matanza de Srebrenica a los que se ha sentado en el banquillo del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoeslavia; y cito esta referencia porque, incluso materialmente, hay poca diferencia entre una carnicería y otra; 8) que el Estado de Israel ha estado, y está, cometiendo habitualmente crímenes de guerra, pues queman y destruyen con bombardeos intencionados archivos y bibliotecas, ejercen represalias colectivas –se ha denunciado mil veces cómo han llegado por la noche a las poblaciones árabes y han hecho salir de sus casas a todos sus habitantes separando a los hombres entre quince y sesenta años, y se los han llevado ¿a qué recuerda esto?-, expulsan del territorio, confiscan, destruyen caprichosamente bienes a gran escala –viviendas, escuelas –aunque estén bajo la bandera de la ONU-, hospitales, edificios administrativos, centrales eléctricas, puentes, carreteras, depuradoras, universidades e infraestructuras en general no involucradas directamente en la acción militar- y partes enteras de las ciudades para abrir paso a sus vehículos blindados –la última guerra del Líbano y el inicio de su actual ofensiva terrestre sobre Gaza-, incendian, asesinan –han muerto por fuego del ejército judío cientos de menores de doce años-, dificultan el entierro de los cadáveres, secuestran, impiden la atención sanitaria –prohíben el acceso de la Cruz Roja o de la Media Luna Roja o de las ONG que llevan suministros humanitarios-, convierten a los niños y embarazadas en objeto específico de su intervención militar –la utilización de “bombas de sonido” afecta especialmente, y casi exclusivamente, a este colectivo-, realizan incursiones en campos de refugiados contra personal civil, utilizan armas prohibidas por las convenciones internacionales –fósforo, bombas de fragmentación-, “cierran” las ciudades impidiendo cualquier suministro “castigando” a sus habitantes con el hambre, obstaculizan la actividad económica, imponen prolongados “toques de queda”, torturan, atacan columnas de refugiados, ambulancias y personal sanitario, obligan a civiles a permanecer de pie en la línea de fuego utilizándoles como escudos humanos, conculcan todas las normas imaginables con los detenidos privándoles hasta del alimento diario, detienen indefinidamente sin acusación o juicio, abren fuego con artillería naval, aérea o terrestre sobre zonas pobladas, constituyendo a los civiles –y especialmente a familias enteras- en objeto de su acción militar, humillan, vejan, roban, cometen actos vandálicos - véase, por ejemplo, el Informe del Secretario General de Naciones Unidas elaborado de conformidad con la Resolución ES-10/10 de la Asamblea General-, etc.; 9) están construyendo un Estado “religiosamente” puro, practicando la limpieza étnica – véase, por ejemplo y entre otras muchas, la decisión del Tribunal Supremo israelita de 14 de mayo de 2006 que da “vía libre” a la “Ley sobre ciudadanía y extranjería” (léase sobre el particular el Informe de Amnistía Internacional “Torn Apart: Families split by discriminatory policies”); 10) despojan caprichosa, aunque planificadamente, a los palestinos que quedan en el “gran Israel” de sus casas y sus tierras para instalar allí a sus “colonos” (que generalmente pertenecen a los judíos más fanatizados) ya que necesitan ampliar su “espacio vital” (¿a qué suena esto?); 11) han institucionalizado la tortura como forma “normal” de relacionarse con los prisioneros, lo que ha sido “bendecido” por el Tribunal Supremo judío –lo que, a mi modo de ver, despoja al “Supremo” israelita de su condición de “tribunal”-, y condenado duramente por Naciones Unidas (véanse, por ejemplo, las “Observaciones finales del Comité contra la Tortura: Israel 25/09/2002”, desarrollado en el seno de Naciones Unidas, o el “Informe del General Antonio Taguba” que se refiere a la “industria de la exportación de técnicas de tortura” desarrollada por el Estado judío en el conflicto de Irak); 12) mantiene durante años a miles de palestinos en sus cárceles –en sus “Guantánamos”- bajo el “Estatuto” de “detenidos administrativos”, sin acusación, sin condena; 13) etc. etc.

Vamos, digo, a dejar “todo esto” fuera del debate. También dejaré “fuera del debate” los muertos ocasionados por las “acciones de guerra” desarrolladas por los distintos “brazos armados” palestinos, y que, con alguna frecuencia, han consistido en actos de terrorismo indiscriminado (por cierto, que esto del “terrorismo”, que tan criticable ven ahora los estadounidenses y los judíos, fue lo practicado por estos últimos en su “lucha” contra los ingleses y contra los “intereses” palestinos durante el período de “construcción” del Estado de Israel; de hecho alguno de los más altos dignatarios que ha tenido Israel formó parte de los grupos terroristas –“Irgun”, entre otros- responsables de carnicerías en contra del ejército británico –por ejemplo, la que ocasionaron al volar el edificio del Hotel “Rey David” donde estaban ubicadas las oficinas administrativas británicas. En todo caso no cabe duda que vinculado a este problema está el de la legitimidad -al menos desde el punto de vista moral- de acudir a ciertas formas de lucha en el ámbito de, vamos a llamarlos así de forma genérica, “movimientos de liberación nacional”; problema éste que, como sabemos, es el que está ocasionando la mayor parte de los problemas a la hora de fijar, internacionalmente, un concepto jurídico de “terrorismo”).
La cuestión, la eterna cuestión, es la de cómo comparar los actos “limpios y aseados” de masacre (piloto judío que desde un F 16 dispara un misil contra una Universidad o una escuela palestina o libanesa matando a una gran cantidad de alumnos o de refugiados, u oficial de la artillería terrestre israelita que, en los inicios de la última Guerra del Líbano, hace un “blanco directo” sobre una escuela matando a más de cincuenta niños, o piloto judío de un helicóptero de combate que dispara sobre la casa familiar de un dirigente de Hamas sin importarle matar, junto al dicho dirigente a sus ocho hijos y su mujer…amen de a algunos vecinos) con los de los sucios y desesperados suicidas palestinos que destrozan a decenas de adolescentes judíos que bailaban en una discoteca mientras oían música estival -¿se acuerdan de las escenas de la película de Gavras en “La batalla de Argel”? Una comparación que vaya más allá del dato de que tras el aterrizaje del avión los primeros se cenarán una langosta protestando por lo “duro que ha sido el servicio durante esa jornada” –los pilotos, generalmente, siempre han pertenecido a una clase social medio/alta y los oficiales de artillería también-, en tanto que los segundos almorzarán con Ala –mientras sus familiares, y vecinos, esperan que las máquinas judías derriben el edificio donde vivían con el suicida. Todo ello, desde luego, al margen de que al primero se le condecorará como héroe de guerra (por cierto, el candidato republicano a las recientes elecciones de EEUU tiene esa consideración por su comportamiento en un campo de prisioneros…en el que se le internó tras haber sido derribado su avión por la aviación de defensa vietnamita mientras bombardeaba población civil), y que del segundo no se “devolverán” ni los pedazos (que quedarán en depósito en el correspondiente Instituto Anatómico Forense “para futuras investigaciones”).

En todo caso, y antes de entrar en la cuestión del actual ataque judío sobre Gaza, no me resisto a comentar que no creo que sea acertado calificar a la parte palestina como el exclusivo vehículo del fanatismo, cuyo contraste sería, supongo, la “profesionalidad” israelita. Esto no es así: por supuesto que hay fanatismo entre grupos palestinos, fanatismo que resulta de la lucha desesperada contra un enemigo infinitamente más poderoso, pero sólo hay que mirar las expresiones israelitas del conflicto para darse cuenta de que es superior (el fanatismo) en éstos. Por cierto ¿cómo se explica que uno de los objetivos preferentes de esta última ofensiva aérea y terrestre sobre Gaza sean las Mezquitas? ¿Por qué los judíos se dedican a destruir los lugares de oración de los árabes? ¿Qué están persiguiendo? (naturalmente que para justificar esas acciones los responsables israelitas, por medio de un portavoz que parezca un “buen chico”, dirán que los de Hamas almacenan y lanzan sus cohetes desde las mezquitas, o que allí almacenan armas…y presentarán “pruebas”…como las de Busch en su día con relación a Irak). ¿Por qué atacan sistemáticamente a las instituciones educativas, a Universidades, escuelas, archivos, bibliotecas? ¿No será porque quieren hacer “retroceder” veinte años a la sociedad palestina?


Francisco Javier Álvarez García
Catedrático de Derecho penal de la Universidad Carlos III de Madrid

Mañana se publicará la parte II

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué Objetividad! Pobres terroristas suicidas, pobre Hamas que tiene que romper la tregua y amenazar a Israel con sus misiles. Obviamente no voy a defender la actuación de Israel, pero tampoco seamos tan ilusos de pensar que Palestina solo se defiende y victimizar a sus terroristas calificándolos de "sucios y desesperados suicidas palestinos”. Desde Israel nunca se ha dicho que su único fin es la desaparición total del otro Estado ¿Quién dijo eso? Aquí no hay no hay buenos, solo que uno de los malos, el Estado de Israel, tiene un enorme poderío armamentístico. Pues no rompas una tregua, llames de nuevo a la intifada y amenaces con cinco mil misiles a un gigante al que no puedes vencer y después te escudes en los niños.